El 3 de noviembre de 2015, en París, la UNESCO decidió elegir el 5 de mayo como “El Día Mundial del Patrimonio Africano”. No tanto para felicitar a los habitantes del continente por sus bellezas naturales sino más bien, para retarlos. “África es la cuna de la humanidad”, arranca el decreto firmado por los Estados Miembros en Francia, y sigue: “Los territorios africanos rurales o urbanos constituyen la esencia de la identidad cultural africana (…) No obstante, esos recursos naturales y culturales del patrimonio hacen frente hoy día a los numerosos retos que representan los conflictos armados, el terrorismo, la caza furtiva, la falta de ordenación apropiada de los espacios, el cambio climático y el desarrollo incontrolado de las poblaciones”. Y amonesta a las autoridades locales por no tomar el toro por las astas: “Resulta sorprendente semejante desinterés”. Y recuerda que la revalorización del patrimonio permite luchar contra la pobreza.
Africa es un continente de una vasta heterogeneidad. Partido por una inmensa muralla de arena de más de 9 millones de kilómetros cuadrados, al norte del Sahara se puede vivir hasta los 67 años y al sur, apenas 46. Sólo 35% de sus imprecisas cincuenta y pico de naciones (créase que no existe consenso si suman 54 o 57) son democráticas, distanciadas por una Babel de 2000 lenguas. El 71 % de la población tiene menos de 25 años y cada mujer, cinco hijos. Muchos no sobreviven.
En Mali, por ejemplo, muere más del 10% de cada mil bebés que nacen. Nigeria es uno de los países más pobres, con casi 200 millones de habitantes, pero con una expansión demográfica que en 2100 le hará tener casi la misma población que Estados Unidos, en una superficie como la de Texas. No sólo los nigerianos sino muchos africanos viven con dos dólares por día. El mayor campo de refugiados del mundo, además, se encuentra en la ciudad de Dadaab, en Kenia, y alberga a 250.000 personas, según datos publicados por ACNUR.
Sin embargo, algunas bellezas africanas alegran el alma. Entre Zambia y Zimbabwe, las aguas del río Zambeze se despeñan como nubes de vapor en un abismo sin fondo, las Cataratas Victoria. Las dunas rosadas de Namibia empalidecen con las playas egipcias del Mar Rojo y los Big 5 de los parques nacionales (el león, el leopardo, el rinoceronte negro, el elefante y el búfalo) vuelven mascotas a la ballenas y tiburones de Ciudad del Cabo. ¿Y qué decir de las nieves eternas del Kilimanjaro, del misterio de las pirámides y del saber milenario en la Biblioteca de Alejandría?
Y dejando de lado lo que está a la vista, ¿cuántos secretos aguardan en el suelo de Etiopía que Charles Darwin ni siquiera vislumbró? Allí se crió Lucy, hace más de tres millones de años -el homínido que bautizó una canción de los Beatles y al que Luc Besson le dedicó una película impresionante-. Esta monita de un metro hace temblar la lógica que hasta ahora sostuvo a los evolucionistas y abre rutas insospechadas a preguntas básicas: ¿cómo llegó el hombre a Europa? Y la más desafiante aún: ¿por qué Europa perdió la población negra de ojos claros que tenía hace más de 10 mil años? ¿Cómo puede ser que “la joven” Etiopía, con la mitad de su ciudadanía menor a 15 años, haya registrado tan pocos casos de Covid-19? Y qué decir de la recóndita Lesoto: 2 millones de habitantes y ningún contagio? Muchas preguntas aún sin respuestas en un orden mundial tan acostumbrado a dar órdenes.
Este 5 de mayo brindemos por Africa, la cuna del mundo con 90 Patrimonios de la Humanidad, un acertijo aún sin resolver y tal vez, un paraíso que tendríamos que escuchar de pie.